Soy operador socioterapéutico y coordino una de las casas de El Reparo, donde me rehabilite luego del tercer intento.
A los ocho años decidí irme de mi casa producto del abuso y el maltrato. Viví en un conventillo y ahí empezó mi etapa de consumo. Todos consumían, me llamaba la atención, quería ser parte de ese núcleo.
El consumo me llevó a situaciones muy tristes. Consumir y lastimarme tenía que ver con lo que yo sentía por dentro. De chico, cuando empecé el consumo, sentía mucho odio y mucha bronca y no identificaba por qué.
Un día estaba tirado en la placita y un hombre me dijo “mira cómo estás pibe, vos tenes que hacer algo ¿o queres terminar como yo?” y en ese momento me entraron los recuerdos de mi viejo, que hasta el día de hoy está en situación de calle.
Pude dejar mi orgullo y volver a pedir ayuda a El Reparo. Cuando llegué me recibió un operador, me dijo que tenía que ir a buscar una beca a la SE.DRO.NAR. para iniciar mi tratamiento de rehabilitación. Le dije “mira cómo estoy” y me insistió que me vaya a buscar la beca que él me reservaba la cama.
Desde ese momento empecé a esforzarme. Fuí caminando hasta la estación de San Miguel, le explique al guardia mi situación. Ahí empecé a ser honesto, a expresar mis sentimientos “necesito ayuda, voy a buscar una beca ¿no me dejas pasar?”
Realizar el tratamiento me enseñó a vivir las cosas buenas. Me gustaba levantarme y verme bien, poder compartir con alguien, ser solidario, ser compañero. No conocía lo bueno, tenía que empezar a construirlo.
En este último proceso Ramiro, mi hijo, era mi motor. Era la primera vez que podía pensar en otro. El proceso de rehabilitación es como un embarazo, cuando se termina, comienza.
Recién vengo de comprar unos botines de fútbol con mi hijo y compartir un almuerzo. A mi él me emociona mucho. Si me preguntas “¿está bueno vivir sin drogas y sin alcohol?” Yo lo disfruto mucho. Vivo el día a día, lo que podemos hacer ahora, mañana vemos.
#DonáEsperanza
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